lunes, 20 de julio de 2009

Democracia y Capitalismo-G.K.CHESTERTON

Democracia y Capitalismo-G.K.CHESTERTON

Aparecido por primera vez en la columna del Illustrated London News, en Julio de 1932.

Cada día esta más claro para los que nos agarramos a ideas y dogmas en decadencia, y defendemos las ideas agonizantes del medioevo, que pronto nos quedaremos solos en la defensa del más deteriorado de estos antiguos dogmas: la idea llamada democracia. Se ha tardado una generación, más o menos mi generación, en arrastrarla de la cima de su éxito, su supuesto éxito, al lodo de su fracaso, su supuesto fracaso. A finales del siglo diecinueve, millones de hombres aceptaron la democracia sin saber la razón. Parece que, finalizando el siglo veinte, millones hombres la rechazarán sin conocer tampoco el motivo. De una manera así de lógica, recta y sin vacilaciones, avanza la mente del ser humano por el gran sendero del progreso.
En cualquier caso, en este momento la democracia esta siendo atacada y, lo que es más, atacada injustamente. La gente crítica el sufragio universal solo porque no es tan culta como para criticar el pecado original. Hay un examen muy sencillo para determinar si un problema social es causado por el pecado original. Consiste en hacer lo qué no están haciendo ninguno de estos críticos modernos: plantear algún merito moral para los sistemas políticos alternativos. La esencia de la democracia es muy simple y, como escribió Jefferson, evidente. Si diez hombres naufragasen juntos en una isla desierta, su comunidad la compondrían ellos, su bienestar la razón de estar juntos, y en circunstancias generales la voluntad colectiva sería la ley. ¿Si por su carácter no están capacitados para autogobernarse, quien de ellos puede decir que, por su forma de ser, debe gobernar a los demás?
Decir que gobernará el más listo o el más valiente es eludir la cuestión. Si emplean sus capacidades a favor del colectivo, destilando agua o planeando expediciones, están al servicio de los demás. Que serian, en este sentido, sus gobernantes. Si emplean sus capacidades contra los demás, robando el ron o envenenando el agua potable ¿Por qué debería el resto tolerarlo? ¿Hasta que punto es probable que lo hagan?
En un ejemplo tan sencillo, todo el mundo ve el fundamento popular del sistema, y las ventajas del gobierno por consenso. El problema con la democracia es que, en la época actual, raramente surge un caso así. En otras palabras, el problema con la democracia no reside en ella. Reside en ciertas cosas, artificiales y antidemocráticas, que, de hecho, han surgido en el mundo moderno para frustrar y destruir la democracia.
La modernidad no es democracia. La maquinaria industrial no es democracia. Dejar todo en manos del comercio y el mercado no es democracia. El capitalismo no es democracia. Esta más bien en contra de la democracia por su sustancia y sus tendencias. Por definición la plutocracia no es democracia. Pero todas estas cosas modernas se abrieron camino en el mundo al mismo tiempo, o poco después, que los grandes idealistas como Rousseau y Jefferson estudiaban el ideal de la democracia. Puede defenderse que el ideal democrático era demasiado optimista como para triunfar. Lo qué no se puede mantener es que lo que fracasó es el mismo que las cosas que triunfaron. Una cosa es que un tonto se pierda en el bosque y se lo coman las fieras, otra que el tonto sobreviva en el bosque como una fiera más. En la práctica, la democracia lo tiene todo en contra y de hecho puede decirse que, en la teoría, también hay algo contra ella. Podría decirse que la naturaleza humana esta contra ella. De hecho, es seguro que el mundo moderno lo está. La sociedad científica y trabajadora del ultimo siglo ha sido un lugar mucho más inadecuado para cualquier experimento de autogobierno de lo que lo habrían sido las antiguas condiciones de vida en el campo o incluso la vida de los nómadas. La vida en las mansiones feudales no era democrática, pero se podía haber convertido en democrática más fácilmente. La vida de los campesinos de épocas posteriores, en Francia o en Suiza, podría haberse convertido muy fácilmente en democrática. Lo que es horrorosamente difícil es convertir el moderno capitalismo industrial en democrático.
Por eso la gente empieza a decir que el ideal democrático no está vigente en el mundo moderno. Estoy totalmente de acuerdo. Pero me quedo con el ideal democrático, que es al menos un ideal y por lo tanto una idea, antes que con que el mundo moderno, que no es más que la actualidad y por lo tanto ya es historia antigua. He notado que los lunáticos, o con mejor educación idealistas, ya se están apresurando en abandonar este ideal. Un pacifista famoso, con quien yo discutí cuando era un radical en los periódicos radicales y que más tarde se ha convertido en un republicano modelo de la nueva republica, el otro día se tomó muchas molestias para poder decir que la voz del pueblo es, en términos generales, la voz de Satanás. A decir verdad, estos liberables nunca tuvieron mucha fe en el gobierno por el pueblo como no la tuvieron en nada que fuese de la gente como las tabernas o las quinielas de Dublín. No creían en la democracia que invocaban contra los reyes y los sacerdotes. Yo si y sigo creyendo en ella. Pero prefiero invocarla contra pedantes y maniáticos. Aún creo que sería el gobierno más humano si pudiese ponerse en práctica en otra época menos inhumana.
Por desgracia, las ideas humanitarias han sido el signo distintivo de una época inhumana. Con esto no me refiero a la simple crueldad. Me refiero a la situación en que hasta la crueldad ha dejado de ser humana. Cuando el rico, en lugar de ahorcar a seis o siete de sus enemigos porque los odia, simplemente arruina y mata de hambre a seis o siete mil personas a las que no odia al no haberlas visto nunca. La única razón es que viven al otro lado del mundo. Me refiero a la situación en la que el lacayo o cortesano de un hombre rico en vez de entretenerse mezclando un nuevo y original veneno para los Medici o labrando una daga exquisita para los objetivos políticos de los Medici, se aburre en una fabrica haciendo un determinado tipo de tornillo, que encaja en una lamina que no ha visto, que sirve para montar una pistola que nunca verá. Qué se disparará durante un combate del cual nunca tendrá noticia, y sobre cuyas circunstancias concretas sabe todavía menos de lo que sabía el canalla renacentista sobre los fines del veneno y la daga. En resumen, que el problema del capitalismo es que es indirecto. Todo se retuerce hasta las cosas que deberían ser rectas. Y en este, el sistema más indirecto de todos, intentamos aplicar la idea más directa que existe. La democracia, una idea simple hasta la medula, ha sido aplicada inútilmente a una sociedad compleja hasta la locura. No es sorprendente que una idea tan visionaria se haya desvanecido de nuestro entorno. A mí me gusta la idea, pero tiene que haber de todo en este mundo. Y de hecho hay personas, que pasean tranquilas bajo la luz del sol, a las que parece gustar el entorno.

Carta pública de G.K.CHESTERTON

Carta pública de G.K.C.

Milord: Le dirijo una carta pública, pues se trata de una cuestión pública. Es improbable que le moleste a usted con una carta particular sobre una cuestión privada; especialmente sobre la cuestión privada que ahora ocupa mi espíritu. Sería imposible desconocer la ironía que, en estos últimos días, ha puesto término al gran duelo del asunto Marconi en que usted y yo, hasta cierto punto, representamos los papeles de segundos; esta parte personal del asunto terminó al hallar Cecil Chesterton la muerte en las trincheras, a las que había ido por su voluntad; y al ser rechazada la apelación de Godfrey Isaacs por los mismos tribunales a los que en otro tiempo apeló con éxito. Pero, créame, no escribo sobre ningún asunto personal; ni escribo, aunque parezca extraño, con ninguna acrimonia personal. Por el contrario, hay algo en estas tragedias que, casi contra lo natural, aclara y ensancha el espíritu; y creo que, en parte, escribo porque quizá nunca me sienta otra vez tan magnánimo. Sería irracional pedir su simpatía; pero me siento sinceramente impulsado a ofrecer la mía. Usted es mucho más desgraciado; pues se hermano todavía vive.
Al volver la vista hacia usted y su tipo de política, no lo hago entera y únicamente mediante la abstracción que, en momentos de pena, lleva a un hombre a mirar fijamente una mancha de los manteles o un insecto en el suelo. Me doy cuenta, por supuesto, con esa clase de insulsa claridad, de que es usted en la práctica una mancha en el paisaje inglés y de que los políticos que le ensalzaron figuran entre las cosas de la tierra que se arrastran. Pero siento ahora, con toda sinceridad, menos el humor de burlarme de las falsas virtudes que exhiben, que el de probar de imaginar las virtudes más reales que ocultan con éxito. En su caso de usted hay menos dificultad, por lo menos en una cuestión. Estoy dispuesto a creer que fue la dependencia mutua de los miembros de su familia lo que ha requerido el sacrificio de la diginidad e independencia de mi país; y que si está decretado que la nación inglesa ha de perder su honor, será en parte porque ciertos hombres de la tribu de Isaacs mantuvieron su propia extraña lealtad privada. Estoy dispuesto a contárselo como una virtud; según su propio código quizá interprete las virtudes; pero este hecho sólo sería bastante para hacerme protestar contra cualquier hombre que profese su código e interprete nuestra ley. Y sobre este punto de su posición pública, y no con motivo de sentimientos personales, me dirijo hoy a usted.
No se trata de antipatía hacia ninguna raza, ni siquiera de antipatía hacia ninguna persona. No promueve la cuestión de detestarle a usted; más bien promovería, de algún extraño modo, la cuestión de amarle a usted. ¿Se le ha ocurrido alguna vez cuánto tendría que amarle a usted un buen conciudadano para tolerarle? ¿Ha considerado cuán caluroso, y aun loco, ha de ser nuestro afecto para el determinado corredor de bolsa que, de algún modo, se ha convertido en Presidente del Tribunal Supremo, para ser lo bastante fuerte para hacérnosle aceptar como tal Presidente? No se trata de cuánto nos desagrada usted, sino de cuánto nos agrada; de si le amamos a usted más que a Inglaterra, más que a Europa, más que a Polonia, columna de Europa, más que el honor, más que la libertad, más que los hechos. No se trata, en resumen de cuánto nos desagrada, sino de hasta qué punto se puede esperar que le adoremos, muramos por usted, decaigamos y degeneremos por usted; que por su causa seamos despreciados, que por su causa seamos despreciables.
¿Consideró usted alguna vez, en un momento de meditación, cuán curiosamente valioso tendría que ser usted realmente para que los ingleses se desentendiesen de todas las cosas que usted ha corrompido y se mostrasen indiferentes a todas las cosas que puede usted destruir todavía? ¿Hemos de perder la guerra que ya ganamos? Esto, y no otra cosa, significa el perder la plena satisfacción de la demanda nacional de Polonia. ¿Existe algún hombre que dude de que la Internacional judía es adversa a esa plena demanda nacional? ¿Existe algún hombre que dude de que usted será favorable a la Internacional judía? Nadie que sepa algo de los hechos internos de la Europa moderna tiene la menor duda sobre cualquiera de estos puntos. Nadie duda si lo sabe, impórtele o no. ¿Imagina usted seriamente que los que saben, los que se interesan, son tan idólatras de Rufus Daniel Isaacs que toleran tal riesgo, que se expongan a tal ruina? ¿Tenemos que exaltar como representantes de Inglaterra a un hombre que es una burla contra Inglaterra? Esto, y no otra cosa, significa el hacer del ministro de los Marconis nuestro principal ministro en el extranjero. Es precisamente en esos países extranjeros con los que tal ministro tendría que tratar, donde su nombre sería, y ha sido, una especie de proverbio de pantomima como Panamá o la Estafa de Mar del Sur. Los extranjeros no fueron amenazados con multa y prisión por llamar pan al pan y especulación a la especulación; los extranjeros no fueron castigados por una ley sobre calumnias, completamente sin ley, por decir acerca de unos hombres públicos lo que estos hombres mismos tuvieron después que confesar públicamente. Los extranjeros fueron especuladores que realmente pudieron ver la mayor parte del juego, mientras nuestro público no veía nada; y no se divirtieron poco con él. ¿Habrá que dejar que en adelante se diviertan con todo lo que se diga o haga en nombre de Inglaterra en todos los asuntos de Europa? ¿Tiene usted la grave insolencia de llamarnos antisemitas porque no sentimos por un judío determinado un cariño lo bastante exagerado para hacernos soportar esto por él solo? No, milord; las bellezas de su carácter no nos cegarán hasta el punto de no ver todos los elemntos de razón y defensa propia; aun podemos dominar nuestros afectos; nuestro cariño por usted no llega a tal extremo. Aunque lo seamos todo menos antisemitas, no somos prosemitas de este modo peculiar y personal; aunque seamos amantes, no vamos a suicidarnos por amor. Después de pesar y evaluar todas sus virtudes, las cualidades de nuestro propio país toman su parte debida y proporcional en nuestra estima. No morirá por su causa.
No sabemos de qué manera siente usted mismo su extraña posición, ni hasta qué punto sabe que es una posición falsa. A veces he creído ver, en los rostros de hombres tales como usted, que sufren toda esta experiencia como irreal, siempre mascarada; con la misma sensación que yo tendría si por una suerte fantástica, en la antigua y fantástica civilización de la China, me viera elevado del Botón Amarillo al Botón de Coral, o del Botón de Coral a la Pluma de Pavo Real. Precisamente por lo grotesco de tales cosas quizá apenas las sintiera como incongruas. Precisamente por no significar nada para mí, acaso disfrutaría de ellas sin avergonzarme de mi insolencia como extraño advenedizo. Probablemente por no poder sentir su dignidad, no sabría qué había degradado. Mi idea puede ser equivocada; es sólo una de muchas tentativas que he hecho para imaginar y tener en cuenta una psicología extraña en este asunto; y si usted, y otros judíos mucho más dignos que usted, son prudentes, no descartarán como antisemitismo lo que quizá resulte el último intento serio por simpatizar con el semitismo. Tengo en cuenta su posición más que la mayoría de los hombres, más, sin duda alguna, de lo que la tendrán en cuenta la mayoría de los hombres en los días más sombríos que han de venir. Es absolutamente falso sugerir que yo, o un hombre mejor que yo cuya tarea heredo, deseamos este desastre para usted y los suyos; no les deseo tan horrible castigo. Daniel, hijo de Isaac, vaya en paz; pero váyase.
Suyo,
G. K. Chesterton

PD: Esta carta fue escrita en el contexto del caso Marconi, mas tarde escribiría Chesterton en el prologo del libro de su hermano, "Historia de los Estados Unidos" edición de 1918, también publicado en Maestro de Ceremonias de Chesterton, Pág. (97-105). Chesterton comenta lo siguiente hablando de su ya difunto hermano Cecil Chesterton:
"Se acusaba a los ministros de que, mientras se trataba de un contrato del gobierno, ellos intentaban ganar dinero valiéndose de un dato secreto, que les era proporcionado por el agente con quien, se suponía, su gobierno estaba negociando su contrato. Fue esto lo que afirmo su acusador, Cecil Chesterton, pero no fue a esta acusación que ellos contestaron; mediante una acusación basada, no en lo que el dijo del gobierno, si no en algo secundario que había dicho acerca del contratista del gobierno; este, el señor Georges Isaac, obtuvo una sentencia por la calumnia y el juez impuso una multa de 100 libras esterlinas. Tal vez los electores hayan conocido algunos incidentes posteriores referentes a la vida del señor Isaac, pero no trato aquí si no de los que se relacionaban con una persona mucho mas interesante que él."

Propositos de este Blog

Me propongo recopilar y postear diariamente algún ensayo o escrito de G.K. Chesterton, porque creo que es un escritor muy actual para estos tiempos y creo que hoy en día esta olvidado para el publico en general. Un señor en Inglaterra se ha encargado de digitalizar textos publicados en libros y otros que solo fueron publicados en los diversos diarios en los que trabajo y participo G.K. Chesterton. La pagina en cuestión es la siguiente: http://www.cse.dmu.ac.uk/~mward/gkc/books/. Los textos están en ingles, algunos estoy traduciendo, pero como mi ingles es muy básico y como la universidad me demanda mucho tiempo, voy a paso lento. Si alguien le interesa colaborar con el proyecto, ya sea traduciendo, o enviando algún ensayo que tenga digitalizado en español, se lo agradecería enormemente. Pueden escribirme a matrojo@gmail.com

En los días posteriores voy a ir actualizando. Desde ya muchísimas gracias por tomarse el tiempo de leer y por difundir este blog y el pensamiento de G.K. Chesterton.


P.D.: ¿Si se preguntan quien es Chesterton? en Wiki la respuesta: http://es.wikipedia.org/wiki/Gilbert_Keith_Chesterton