jueves, 8 de octubre de 2009

El cochero extraordinario-G.K.CHESTERTON

El cochero extraordinario-G.K.CHESTERTON
Articulo publicado en Enormes Minucias.

El día en que encontré al cochero extraordinario había estado comiendo en un pequeño restaurante en Soho con tres o cuatro de mis mejores amigos. Mis mejores amigos son todos o escépticos irremediables o creyentes absolutos; así que nuestra discusión durante la comida giro sobre las más extremas y terribles ideas. Y la discusión acabó por girar exclusivamente sobre este punto: sobre si un hombre puede tener certidumbre sobre alguna cosa. Yo creo que puede tenerla, porque si (como dije a mi amigo, blandiendo furiosamente una botella vacía) es intelectualmente imposible tener certidumbre, ¿qué certidumbre es esa imposible detener? Si yo no he experimentado nunca lo que es certeza, no puedo ni aún decir que nada hay cierto. De modo semejante, si nunca he visto el color verde, no puedo ni siquiera decir que mi nariz no es verde. Puede ser verde, verdísima, y no enterarme de ello si realmente no sé en qué consisten en verde. Nos lanzábamos, pues, imprecaciones el uno al otro y la habitación se estremecía; porque la metafísica es la única cosa completamente emocionante. Y la diferencia que lo separaba era profundísima, porque era una diferencia en cuanto a la finalidad de todo lo que llamamos amplitud espíritu con inteligencia abierta. Porque mi amigo decía que abría su intelecto, como el sol abre los abanicos de una palmera, abriéndolos por abrirnos, abriéndolos de una vez y para siempre. Pero yo dije que yo habría ni intelecto como abría la boca, precisamente para volver a cerrarla sobre algo sólido. Estaba haciéndolo en aquel instante. Y, como señalé acaloradamente, resultaría extraordinariamente idiota y continuarse con la boca abierta sin motivo y de una vez y para siempre.

Bueno, pues cuando la discusión llegó a su término, o por lo menos cuando la dimos por terminada (porque terminar no terminaría nunca) salí a la calle con uno de mis compañeros, que en la confusión y relativa demencia de unas elecciones generales había, no se sabía cómo, resultado miembro del parlamento, y fui con él en un cab desde la esquina de Leicester square hasta la entrada reservada a los miembros de la Cámara de los comunes, donde el policía me recibió con tolerancia perfectamente desacostumbrada si el policía supuso que mi amigo era mi loquero, o si supuso era yo el loquero de mi amigo, es una discusión entre nosotros y dura todavía..

Es indispensable guardar en esta narración lama extremada exactitud en los detalles. Después de dejar a mi amigo en la Cámara, continuar en el cab unos cuantos cientos de yardas hasta una oficina en victoria street, donde tenía que hacer una visita. Luego salí y ofrecía cochero una cantidad mayor que la correspondiente según tarifa. La miró, pero no con la hosca duda y general disposición de comprobar si estaba bien, que no es cosa inaudita entre cochero normales. Pero aquel no era un cochero normal, quizás no eran ni aún un cochero humano. Miro las monedas con asombro apagado e infantil, auténtico con toda evidencia.

-¿Se da cuenta, señor- dijo -, de que solamente me da un chelin y ocho peniques?
Manifesté, no sin cierta sorpresa, que sí, que lo sabía.

-¿Y no sabe, señor- dijo del modo más amable, razonable, suplicante -, no sabe que esa no es la tarifa desde Euston?
-¿Euston?- Repetí vagamente, porque la palabra me sonaba en aquel momento como me hubiera sonado "China" o "Arabia"-. ¿Que diablos tiene que ver aquí Euston?
-Usted tomó el coche precisamente a la salida de la estación de Euston- el peso del hombre a decir con precisión asombrosa -, y luego usted me dijo...
-pero, ¡por el tártaro tenebroso!, ¿qué está usted diciendo? - Dije con cristiana paciencia -. Sólo tome el coche en la esquina sudeste de Leiscester square.
-¿Leicester square?- Exclamó, perdiéndose en una especie de catarata de desprecio-; ¡si no hemos estado en todo el día cerca de Leiscester square! Usted tomó el coche a la salida de la estación de Euston y me dijo...
-¿está usted loco, o lo estoy yo? -Pregunté con científica calma.

Miguel cochero. Ningún otro, habitualmente falto de honradez, hubiera pensado en inventar una mentira tan sólida, tan colosal y tan original. Y aquel hombre no era un cochero falto de honradez. Si alguna vez un rostro humano fue tranquilo y sencillo y humilde, y tuvo grandes ojos azules protuberante como los de una rana; si alguna vez (para no cansar) un rostro humano fue cuanto un rostro humano debe ser, lo era el rostro de aquel quejoso y respetuoso cochero. Mire arriba y abajo de la calle, parecía estar cayendo sobre ella un crepúsculo anormalmente oscuro. Y durante un instante, la añeja pesadilla del escéptico loco toco con sus dedos mis nervios más sensibles. ¿Qué era la certeza racional? ¿Estaba alguien cierto de alguna cosa? ¡Hay que ver los surcos monótonos en que se eternizan los escépticos que andan preguntando si tenemos una vida futura...! La cuestión realmente emocionante para el auténtico escepticismo es si tenemos una vida pasada. ¿Qué es "hace un minuto", racionalmente considerado, sino una tradición y una pintura? La oscuridad se acentúa. El cochero me dio tranquilamente los más complicados detalles de los ademanes, las palabras, el complejo, pero consistente conjunto de actos que habían sido los míos desde aquella memorable ocasión en que yo alquile el coche a la salida de la estación de Euston. ¿Cómo podría yo saber (dirían mis amigos escépticos) que yo no lo había alquilado a la salida de Euston? Yo me Aferraba con firmeza a mi aseveración: el estaba igualmente firme y aferraba la suya. Era palmariamente tan honrado como yo y miembro, además, de una profesión mucho más respetable. En aquel momento el universo y las estrellas se separaron el grueso de un cabello de su equilibrio y los cimientos de la tierra se conmovieron. Pero por la misma razón que creó en beber vino, por la misma razón que creo en el libre albedrío, por la misma razón que creo en el carácter fijo de la virtud, razón que no puede expresarse sino diciendo que no prefiero estar loco, continúe creyendo que aquel honrado cochero se equivocaba. Y le repetí que en realidad ya había alquilado en la esquina de Leiscester square. El comenzó con la misma evidente y ponderada sinceridad:
-usted alquilo el coche a la salida de la estación de Euston, y dijo usted...
En aquel momento se produjo en sus facciones una especie generosa trasfiguración de vivido asombro, como si le hubieran encendido por dentro como una lámpara.
-Hombre, le pido perdón, señor- dijo -le pido perdón. Le pidió perdón. Usted alquilo coche en Leiscester square. Ahora me acuerdo. Le pido perdón.
Y así si mas, aquel asombroso cochero hizo sonar su látigo con un agudo chasquido y el coche arrancó.
Todos lo transcrito es estrictamente verdad, lo juro ante el estandarte de San Jorge.


Pd: Sepan disculpar los errores de ortografía, les pido que me avisen si encuentran, pasa que últimamente he estado con poco tiempo y no he podido hacer correcciones finales.

1 comentario:

  1. Tiene algunos errores, pero se entiende perfectamente. No podemos ponernos exigentes después de que haces el favor de subir estos maravillosos escritos.Gracias!

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